Eran mis primeros años en la Cruz Roja, en el viejo edificio de la colonia Roma, mis deberes eran multiples y siempre estaba muy ocupada, quizas no exista mejor forma de aprender bien y rapido los secretos de la medicina que servir en la seccion de Emergencias de un Hopsital tan ajetreado como lo era la Cruz Roja, heridos y enfermos muy graves nos llegaban todo el tiempo, y para salvar su vida, se hacia hasta lo imposible, con medicos, monjas y enfermeras dedicados a su vocacion de salvar vidas,
En las Ambulancias, era practica usual que los Medicos practicantes fueran asignados a ellas, para brindarles a los heridos apoyo medico de alto nivel, pero cuando no habia suficiente personal, y no alcanzaban los medicos, nos enviaban a las enfermeras.
Esa noche me asignaron a una ambulancia, y en cuanto llegue, salimos a un servicio urgente a la zona norte de la ciudad, las pequeñas ambulancias de la epoca corrian como bolidos en calles medio vacias, cada minuto contaba, un herido desangrandose podia morir por cualquier retraso, un minuto de mas podia valer una vida humana.
Ibamos sobre el puente de Nonoalco, en Tlateloco, sobre la avenida de los Insurgentes, cuando un auto, circulando adelante de nosotros, se le cerro a la ambulancia, el conductor freno de golpe, pero era tal la fuerza que llevabamos, que nos volcamos, en una fraccion de segundo, el techo se volvio pared, todo salio volando, incluso nosotros, la ambulancia recorrio sobre su costado todavia un trecho, quedando en el camellon central, que nos detuvo de golpe, en caso contrario hubieramos salido despedidos del puente a una muerte segura.
Salimos golpeados de la ambulancia, todos con fracturas menores y expuestas, el mas grave era el conductor, estaba herido en la cabeza, con el material de curacion regado por todas partes, tuvimos que hacer milagros para salvarle la vida, una improvisada compresa contuvo la sangre, en lo que llego otra ambulancia, estuvo grave, pero salvo la vida, en cambio el pobre herido que ibamos a recoger, murio desangrado, todo por la imprudencia de un conductor, que espero Dios haya perdonado.